Fue ayer, hace un momento. Nos conocimos entrando en nuestra clase, en un espacio aún vacío. Lloros y temores. Caritas nuevas. Un cuento para tranquilizarnos. Madres y padres preocupados alejándose del colegio y pensándo en cómo estará su niño. Papeles a rellenar y programaciones completadas en los momentos sin los pequeños.
Luego nos asentamos. Conocimos nuestros nombres, nuestras clases, nuestros nuevos juguetes. Empezamos poco a poco a sentirnos bien. A jugar felices en el patio de infinitos chinos, a ir mil veces al cuarto de baño con la escusa del pipí. A guardar nuestros tesoros en nuestras bandejas o en la "cárcel de los juguetes". A querernos mucho, porque querernos desde luego que nos hemos querido. A cantar y recitar mil y unas veces. A enfadarnos como nos enfadamos todas las personas. Y a aprender a perdonarnos.
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Con las tareas para los fines de semana, con el material para una unidad. Hemos sido esquimales e índios, músicos, flores y mariposas, animales y granjeros, terribles bichos... incluso niños aficionados a la playa, pollos, galiinas y -de nuevo- granjeros.
Sí. Fue ayer. En septiembre. Los días de clase se han escurrido ràpidamente en nuestras manos. En nuestras pequeñas manos.
Gracias a todos, gracias a todas por este curso. Nos vemos con la entrega de boletines, nos vemos en septiembre o nos vemos en otra vida.
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