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Gente echando en cara lo bien que viven los maestros. |
Desde hace unos años, sobre todo desde cuando comenzó esta
terrible crisis que desde luego no es económica como nos tratan de vender,
parece que un soniquete se ha convertido en argumento persisten entre algunas
personas: “los funcionarios son unos privilegiados”, dijo por ejemplo, Luis
Carreto, presidente de la Confederación de Empresarios de Córdoba en 2011. Si,
tal como suena. Si seguimos con este argumento el siguiente paso evidente ha
sido personalizar en cada uno de los cuerpos de funcionarios de este país:
médicos y enfermeros, bomberos, administrativos… y ¡claro está!, maestros y
profesores. La diputada del Partido Popular María del Carmen Martín Irañeta también
se sumó recientemente al carro afirmando “Soy profesora, y no quiero tampoco…
pero yo reconozco que los profesores son un cuerpo privilegiado”. Como yo no
entiendo de política he intentado comprender qué significa esto último y como
maestro de Educación Infantil no puedo dejar de admitir que estas personas
llevan rotundamente llevan toda la razón.
He aquí un decálogo que demuestra porqué un maestro, o
maestra, porqué yo, como funcionario y maestro soy un privilegiado:
1.
Superando a toda ley de la naturaleza te
conviertes en padre o en madre por ciencia infusa. Me ha ocurrido ya decenas de
veces, cuando estoy en clase ayudando con alguna tarea o haciendo mi turno de
patio. Se me acerca algún alumno o alumna, me toma de su mano, y con esos ojos
que solo un retoño carne de tus carnes puede poner me dice: papá, ¿puedes…?. A
veces se dan cuenta de lo incómodo de la situación y reculan llamándome maestro
pero otras ni se dan cuenta. Te convierten en papá o en mamá en lo más profundo
del corazón y te matan a besos aún cuando un momento antes lo has tenido
castigado o has perdido los nervios con ellos.
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Qué feliz yo con mi familia numerosa. |
2.
Enlazando con lo anterior cuando tu progenie
crece puedes permitirte el lujo de tener otra nueva. Admito que al principio es
duro. Llevas grabada a fuego la camada que tuviste, por ejemplo, en Marbella y
miras con recelo la nueva que te encuentras en San Juan del Puerto. Pero a los
pocos días… ¡qué caritas!, y te acostumbras a voces, nombres, mocos y lloros
como te acostumbras a los tuyos propios. Y tres años después, te encuentras que
veinticinco niños de cinco años de Isla Cristina están reclamando su nuevo
puesto. Pues sí, es un privilegio llevar dentro de tu corazón por lo menos a
200 niños paridos y criados en solamente diez años de maestro.
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¡Hombre, un nuevo churumbel!. |
3.
Viajas en el tiempo. Pues sí, al margen de
viajar a la prehistoria o a la época de los faraones con tus unidades y
proyectos viajas a la época pasada más importante de todas: aquella en la que
eras un niño. Y lo haces viendo el día a día de tu clase, reconociendo en tu
alumnado cosas que hiciste, juegos, sentimientos… no querer ir al cuarto de
baño solo, copiarte del niño de al lado, imaginar que vuelas, no saber en qué
tiempo vives. Si todo el mundo coincide en que la infancia es la época más
bonita de la vida no está nada mal poder echar diariamente un vistazo a la
infancia de otros.
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Estoy hecho un chaval |
4.
Aprendes cada día. Eso es cierto, estás
preparando actividades sobre los indios americanos y no tienes más remedio que
aprender a construir un tipi, quieres disfrazar a tu grupo de fresa y le
preguntas a la seño Noemí y a la seño Paula que cómo se hace, no sabes
distinguir entre Phineas y Ferb y le preguntas a tu alumno Yeray… pero lo más
importante es que aprendes que cada día es una nueva oportunidad para seguir
creciendo en la vida y que nunca se crece solo.
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Soy una fresa |
5.
Por todo lo anterior aprendes a ser humilde a
sentirte pequeñito y parte de algo mucho más
grande. Eres consciente de que a menudo te equivocas y eso te hace querer
superarte, te comparas con las decenas de compañeras y compañeras que se cruzan
en tu carrera y no dejas de preguntarte cómo puedo hacer yo eso que hacen tan
bien, descubres que hasta un niño de tres años te puede corregir con razón porque
no explicaste bien una ficha o gritaste en clase cuando una de las normas es
que hablamos flojito.
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No te acostarás sin aprender algo nuevo. |
6.
Te fascinas porque ves un mundo que está vedado
a otros. Estás en un espacio que ni es de los adultos ni es de los niños pero
que te gusta, que te engancha. Por cómo se piensa, se habla, se actúa… en un
aula comprendes cómo de especial es esta promesa de mundo futuro.
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Puke Rainbows |
7.
Dejas huellas imborrables. A veces no estás
feliz por cómo eres o con lo que te ocurre cuando de pronto caes en la cuenta
que estás ayudando a cincelar (ayudando, porque escultores hay muchos) a
veinticinco personas en todos los aspectos. No deberías olvidarlo tan solo un
momento, esos niños y niñas serán hombres y mujeres en el futuro y aunque no lo
sepan siempre tendrán algo de ti.
8.
Por todo ello eres un modelo fuera del aula también.
¿Cuántas veces no he sido la amenaza por parte de padres que les dicen a sus
hijos cuando hacen algo mal que se lo van a contar al maestro?, ¿cómo pensaran
que soy de perfecto estos niños fuera del cole para que les fascine toda mi
vida? Aunque ciertamente sé que algunos tienen sus dudas cuando les perjuro que
yo no vivo en el cole.
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Vivo aquí desde 1955. |
9.
Asistes a momentos apoteósicos. En ocasiones me
he reído como nunca por cosas que ocurren en clase. Lástima que nos las apunte
nunca para escribir un libro (proyecto compartido por muchos profesionales, lo
sé) pero la risa, la ocurrencia y la anécdota está siempre presente en este
trabajo gracias a mis accidentales cómicos.
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El Club de la Comedia, de lunes a viernes a partir de las 9 (de la mañana) |
10.
Y finalmente ves cómo este privilegio de trabajo
te cambia, te hace una persona diferente a la que eras cuando comenzaste en la
enseñanza, ese niño adulto en ocasiones incomprensible y extraño.
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¿Qué te pasa, papá? |
Así que la próxima vez que oiga que los maestros somos unos privilegiados no tendre más remedio que responder: ¡por supuesto que sí, oiga!.
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