miércoles, 20 de febrero de 2013

Lo maestros son unos privilegiados

Gente echando en cara lo bien que viven los maestros.
 Desde hace unos años, sobre todo desde cuando comenzó esta terrible crisis que desde luego no es económica como nos tratan de vender, parece que un soniquete se ha convertido en argumento persisten entre algunas personas: “los funcionarios son unos privilegiados”, dijo por ejemplo, Luis Carreto, presidente de la Confederación de Empresarios de Córdoba en 2011. Si, tal como suena. Si seguimos con este argumento el siguiente paso evidente ha sido personalizar en cada uno de los cuerpos de funcionarios de este país: médicos y enfermeros, bomberos, administrativos… y ¡claro está!, maestros y profesores. La diputada del Partido Popular María del Carmen Martín Irañeta también se sumó recientemente al carro afirmando “Soy profesora, y no quiero tampoco… pero yo reconozco que los profesores son un cuerpo privilegiado”. Como yo no entiendo de política he intentado comprender qué significa esto último y como maestro de Educación Infantil no puedo dejar de admitir que estas personas llevan rotundamente llevan toda la razón.
He aquí un decálogo que demuestra porqué un maestro, o maestra, porqué yo, como funcionario y maestro soy un privilegiado:

1.       Superando a toda ley de la naturaleza te conviertes en padre o en madre por ciencia infusa. Me ha ocurrido ya decenas de veces, cuando estoy en clase ayudando con alguna tarea o haciendo mi turno de patio. Se me acerca algún alumno o alumna, me toma de su mano, y con esos ojos que solo un retoño carne de tus carnes puede poner me dice: papá, ¿puedes…?. A veces se dan cuenta de lo incómodo de la situación y reculan llamándome maestro pero otras ni se dan cuenta. Te convierten en papá o en mamá en lo más profundo del corazón y te matan a besos aún cuando un momento antes lo has tenido castigado o has perdido los nervios con ellos.
Qué feliz yo con mi familia numerosa.
 2.       Enlazando con lo anterior cuando tu progenie crece puedes permitirte el lujo de tener otra nueva. Admito que al principio es duro. Llevas grabada a fuego la camada que tuviste, por ejemplo, en Marbella y miras con recelo la nueva que te encuentras en San Juan del Puerto. Pero a los pocos días… ¡qué caritas!, y te acostumbras a voces, nombres, mocos y lloros como te acostumbras a los tuyos propios. Y tres años después, te encuentras que veinticinco niños de cinco años de Isla Cristina están reclamando su nuevo puesto. Pues sí, es un privilegio llevar dentro de tu corazón por lo menos a 200 niños paridos y criados en solamente diez años de maestro.
¡Hombre, un nuevo churumbel!.
3.       Viajas en el tiempo. Pues sí, al margen de viajar a la prehistoria o a la época de los faraones con tus unidades y proyectos viajas a la época pasada más importante de todas: aquella en la que eras un niño. Y lo haces viendo el día a día de tu clase, reconociendo en tu alumnado cosas que hiciste, juegos, sentimientos… no querer ir al cuarto de baño solo, copiarte del niño de al lado, imaginar que vuelas, no saber en qué tiempo vives. Si todo el mundo coincide en que la infancia es la época más bonita de la vida no está nada mal poder echar diariamente un vistazo a la infancia de otros.
Estoy hecho un chaval
4.       Aprendes cada día. Eso es cierto, estás preparando actividades sobre los indios americanos y no tienes más remedio que aprender a construir un tipi, quieres disfrazar a tu grupo de fresa y le preguntas a la seño Noemí y a la seño Paula que cómo se hace, no sabes distinguir entre Phineas y Ferb y le preguntas a tu alumno Yeray… pero lo más importante es que aprendes que cada día es una nueva oportunidad para seguir creciendo en la vida y que nunca se crece solo.
Soy una fresa
5.       Por todo lo anterior aprendes a ser humilde a  sentirte pequeñito y parte de algo mucho más grande. Eres consciente de que a menudo te equivocas y eso te hace querer superarte, te comparas con las decenas de compañeras y compañeras que se cruzan en tu carrera y no dejas de preguntarte cómo puedo hacer yo eso que hacen tan bien, descubres que hasta un niño de tres años te puede corregir con razón porque no explicaste bien una ficha o gritaste en clase cuando una de las normas es que hablamos flojito.
No te acostarás sin aprender algo nuevo.
6.       Te fascinas porque ves un mundo que está vedado a otros. Estás en un espacio que ni es de los adultos ni es de los niños pero que te gusta, que te engancha. Por cómo se piensa, se habla, se actúa… en un aula comprendes cómo de especial es esta promesa de mundo futuro.
Puke Rainbows
7.       Dejas huellas imborrables. A veces no estás feliz por cómo eres o con lo que te ocurre cuando de pronto caes en la cuenta que estás ayudando a cincelar (ayudando, porque escultores hay muchos) a veinticinco personas en todos los aspectos. No deberías olvidarlo tan solo un momento, esos niños y niñas serán hombres y mujeres en el futuro y aunque no lo sepan siempre tendrán algo de ti.
8.       Por todo ello eres un modelo fuera del aula también. ¿Cuántas veces no he sido la amenaza por parte de padres que les dicen a sus hijos cuando hacen algo mal que se lo van a contar al maestro?, ¿cómo pensaran que soy de perfecto estos niños fuera del cole para que les fascine toda mi vida? Aunque ciertamente sé que algunos tienen sus dudas cuando les perjuro que yo no vivo en el cole.
Vivo aquí desde 1955.
9.       Asistes a momentos apoteósicos. En ocasiones me he reído como nunca por cosas que ocurren en clase. Lástima que nos las apunte nunca para escribir un libro (proyecto compartido por muchos profesionales, lo sé) pero la risa, la ocurrencia y la anécdota está siempre presente en este trabajo gracias a mis accidentales cómicos.
El Club de la Comedia, de lunes a viernes a partir de las 9 (de la mañana)
10.   Y finalmente ves cómo este privilegio de trabajo te cambia, te hace una persona diferente a la que eras cuando comenzaste en la enseñanza, ese niño adulto en ocasiones incomprensible y extraño.
¿Qué te pasa, papá?

Así que la próxima vez que oiga que los maestros somos unos privilegiados no tendre más remedio que responder: ¡por supuesto que sí, oiga!.

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